Ella le gritó
“¿Perdona? ¿Tú qué? ¡No vas a bajar ahí, Mark! ¿Estás loco?”, exclamó Erika en cuanto oyó el plan de su marido, visiblemente alarmada. Su reacción dejó claro que tendría que posponer la idea: Mark sabía que si seguía adelante con ella, Erika nunca se lo perdonaría. A regañadientes, pero consciente de su preocupación, acabó cediendo. Y así, entre miradas incómodas y silencios pesados, la pareja acordó esperar unos días más… aunque la curiosidad les corroía por dentro.

Ella le gritó
Una casa vigilada
La mañana de Erika y Mark transcurrió bajo la sombra opresiva de la presencia constante de la policía alrededor de la casa, que socavaba cualquier sensación de normalidad que pudiera quedar. Mark estaba sentado con el periódico en las manos, pero sus ojos hojeaban las páginas sin leerlas realmente, perdido en sus propios pensamientos. Erika, mientras tanto, sorbía lentamente su café, intentando calmar su mente, pero la inquietud no cedía. La casa, que antes había sido su refugio sereno, se había convertido en un escenario vigilado, donde cada movimiento parecía vigilado, y la rutina familiar había sido sustituida por una atmósfera cargada, tensa y extraña.

Una casa vigilada