Max obsesionado con la ventana
Max estaba sentado, inmóvil, junto a la ventana del salón, con los ojos clavados en el jardín. Allí vigilaba todas las tardes, alerta como un perro pastor. “¡Max, ven a jugar!”, gritaba Jake, tirando impacientemente de su collar. Pero Max no se dejaba disuadir. Tenía las orejas tiesas y el cuerpo tenso, como si esperara una señal. Observé fascinada cómo su mirada recorría cada rincón del jardín. Era como si siguiera un plan invisible, como si supiera exactamente que había algo ahí fuera, algo que exigía toda su concentración.

Max obsesionado con las ventanas
Jake se fija en el comportamiento de Max
“Mamá, ¿por qué Max gruñe siempre en el jardín?”, preguntó Jake una tarde, con el ceño fruncido por la preocupación. Mi mirada se desvió hacia Max, que se paseaba inquieto arriba y abajo junto a la ventana, con los ojos fijos en el jardín. “No lo sé, cariño -respondí con sinceridad. No era habitual ver a Max tan nervioso. “Quizá piense que hay algo ahí fuera -añadí pensativa. Jake asintió sin apartar los ojos del perro. Su rostro era una mezcla de curiosidad y preocupación, un reflejo de mis propios sentimientos.

Jake se da cuenta del comportamiento de Max